Ilustración conceptual de un gerente en traje formal, de pie frente a un podio en una sala de conferencias. Su rostro es reemplazado por una cabeza digital futurista, mientras el público aplaude en la sombra.

Discursos perfectos, líderes huecos: la impostura corporativa en tiempos de IA

Cómo la inteligencia artificial industrializó la impostura y vació de autenticidad al liderazgo empresarial

El espejismo de la perfección

Hoy abundan los discursos impecables: slides de diseño premium, cifras inspiradoras y frases que parecen sacadas de un TED Talk. El público aplaude con entusiasmo hasta que llega la pregunta incómoda: “¿cómo lo vas a sostener?”. Entonces, la elocuencia se desmorona y lo que queda es impostura con tipografía de lujo.

La inteligencia artificial no inventó este vacío. Apenas lo industrializó. El verdadero problema no es que ChatGPT suene como nosotros; es que nosotros ya hablamos como ChatGPT: rápidos, convincentes… y huecos. Esta tesis la planteé con crudeza en mi columna de IFM Noticias “Discursos perfectos, líderes vacíos”, y aquí quiero extenderla con el soporte teórico y estratégico que merece.

Antes del algoritmo: la impostura ya existía

Mucho antes de la IA, los PowerPoints ya funcionaban como pornografía corporativa: excitaban en el comité y dejaban vacío después. Esa teatralidad responde a una lógica social más profunda: todo liderazgo es representación frente a un público que evalúa más la forma que la sustancia (Goffman, 1959).

Esa actuación no es neutra. El lenguaje funciona como capital simbólico que legitima jerarquías según quién lo enuncia y en qué campo social se inscribe (Bourdieu, 1991). Así, un discurso hueco puede sostenerse porque el contexto institucional lo autoriza.

Lo que presenciamos hoy es apenas la actualización de la sociedad del espectáculo, donde lo vivido se reemplaza por lo representado y el show se convierte en el núcleo de la dominación (Debord, 1967/2014).

Este mismo patrón lo analicé en Lectores o creyentes, mostrando cómo muchas audiencias aplauden sin cuestionar lo que escuchan, validando espectáculos vacíos en lugar de discursos con sustancia.

El lenguaje como constructor de ficciones

El problema va más allá de la puesta en escena. El lenguaje no solo describe la realidad, sino que la constituye (Butler, 1997). Nombrar, afirmar y repetir no son actos neutros: producen sujetos, generan legitimidad y fabrican mundos.

En el liderazgo contemporáneo, esto significa que un discurso impecable puede crear la ilusión de autenticidad aunque esté vacío. Y cuando la impostura se normaliza, lo auténtico comienza a ser sospechoso: ya no sabemos si una emoción es genuina o producto de un guion.

Como argumenté en Lo que no se desliza, necesitamos ejercitarnos en leer lo que incomoda precisamente porque ahí se revela la verdad detrás de la impostura.

La corrosión del carácter en el capitalismo flexible

La cultura de la flexibilidad agrava el problema. El nuevo capitalismo fragmenta trayectorias, destruye proyectos de largo plazo y erosiona la continuidad de la vida (Sennett, 1998).

Ese mismo patrón se observa en el liderazgo: jefes que cambian de discurso según el auditorio, equipos que ya no construyen lealtades y organizaciones que celebran la impostura como virtud. El resultado es devastador: decisiones huecas, pérdida de confianza y culturas organizacionales frágiles.

Este deterioro conecta con lo que he trabajado en Integrar teoría, práctica y evidencia en la estrategia empresarial: cuando no se integra evidencia real, las narrativas estratégicas se convierten en ficciones huecas.

La autenticidad como recurso estratégico

En este contexto, la autenticidad se vuelve un activo escaso y estratégico (Barney, 1991). Un líder que se atreve a reconocer incertidumbre gana más legitimidad que aquel que recita un guion perfecto. Sin embargo, el mercado laboral y político castiga la torpeza: preferimos la seguridad del discurso impecable, aunque sea falso.

La paradoja es clara: pedimos autenticidad, pero premiamos la impostura. Así, la cultura corporativa termina entrenando líderes que actúan personajes y censurando a quienes muestran vulnerabilidad real.

Como argumenté en Propósito organizacional, lo que realmente da poder a una narrativa no es su perfección estética, sino su coherencia y la capacidad de sostenerse en el tiempo.

Impostura en política y empresa: dos caras del mismo espectáculo

La lógica no se queda en lo empresarial. En política, la impostura se traduce en lágrimas ensayadas, eslóganes diseñados por consultores y promesas formateadas para viralizarse en redes sociales. Los discursos ya no se evalúan por su capacidad de transformar, sino por su potencial de trending topic.

En la empresa ocurre lo mismo: planes estratégicos de 200 páginas que nadie lee, propósitos clonados de plantillas descargadas y líderes que se definen más por la oratoria que por la toma de decisiones. El resultado es una convergencia entre management y política en torno a un mismo guion: el espectáculo vacío.

Por qué la IA acelera la oratoria hueca

La inteligencia artificial no originó la impostura, pero la volvió más barata y masiva. Antes, fabricar un discurso impecable exigía tiempo, asesores y creatividad. Hoy basta un prompt bien escrito para producir una narrativa convincente en segundos.

El riesgo no es la herramienta, sino nuestra complacencia. Si aceptamos como suficiente un texto que “suena bien” sin exigir coherencia, cifras o decisiones, estamos renunciando al pensamiento crítico. La IA no reemplaza líderes: los desnuda.

En El Plan A desarrollé esta misma idea: procrastinar el criterio en nombre de la inmediatez es una forma de renunciar al liderazgo real.

El costo de la impostura corporativa

La impostura tiene un precio, y no lo paga la IA. Lo pagamos nosotros:

  • En empresas que confunden oratoria con estrategia.
  • En culturas que castigan la honestidad torpe y premian la elocuencia vacía.
  • En democracias donde los discursos emocionales sustituyen la rendición de cuentas.

Cada vez que aplaudimos lo impecable y rechazamos lo incómodo, validamos la mascarada. Y esa validación erosiona nuestra libertad crítica.

¿Por qué los discursos perfectos son peligrosos?

Porque sustituyen el criterio por espectáculo, generando líderes huecos y decisiones débiles. La perfección estética, sin coherencia de fondo, desarma la legitimidad del liderazgo.

¿Qué papel juega la inteligencia artificial en la impostura corporativa?

La IA no creó la impostura, pero la industrializó: ahora se producen discursos impecables sin necesidad de reflexión. La herramienta no es culpable; lo es nuestra renuncia al criterio.

¿Cómo puede una organización combatir la impostura?

Premiando la coherencia, valorando la honestidad imperfecta y vinculando las narrativas con resultados reales. La autenticidad se convierte así en estrategia de legitimidad.

Un discurso perfecto sin pensamiento detrás no es liderazgo. Es pornografía corporativa: excita, impresiona y después deja vacío.

Si aplaudes lo impecable y castigas lo incómodo, no tienes líderes: tienes actores de reality show. Y cada aplauso no legitima a la IA. Te degrada a ti como cómplice del espectáculo.

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